Esta serie alemana se ha convertido en una de las producciones europeas de mayor éxito en la audiencia de Netflix. Desde el episodio piloto, las incógnitas que se ofrecen al espectador son numerosas, pero siempre expuestas con orden y concierto. El argumento es retorcido y perverso, aunque en ningún momento se cruzan líneas rojas, con excepción de algún plano vísceral prácticamente instántaneo.
Los creadores de la serie eran hasta ahora directores de telefilmes discretos en Alemania. Con Mi dulce niña han dado un salto importante en planificación, dirección de actores y presupuesto. La serie brilla en estos aspectos hasta ofrecer una factura tan impecable como eficaz en la factura visual e interpretativa. El guion también tiene oficio, aunque el desarrollo de personajes termina resultando insatisfactorio. Es en este punto tan esencial en el que la ficción se queda en una producción de ver y olvidar.
Esta miniserie tiene ritmo y giros atrevidos, pero varias decisiones de guion hacen que toda el elaboradísimo mecanismo deje una sensación de artificio. Había muchas posibilidades en el relato para profundizar en la educación, la familia, la libertad o la conciencia, pero al no entrar en la interioridad de los personajes todo queda como una carrera trepidante e intensa con muy poca hondura y empatía.
Claudio Sanchez
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